S. Federici
Cuando hablamos de trabajo doméstico no estamos hablando de un empleo como cualquier otro, sino que nos ocupa la manipulación más perversa y la más sutil violencia que el capitalismo ha perpetrado nunca contra cualquier segmento de la clase obrera.
Las mujeres siempre han encontrado modos de rebelarse o responder, pero siempre de manera aislada y al interior del ámbito privado. El problema es entonces cómo llevar a las calles esa lucha fuera de la cocina y del dormitorio […]. Al respecto, podemos observar las implicaciones revolucionarias de la demanda del salario doméstico. Esa es la demanda por la que termina nuestra naturaleza y comienza nuestra lucha, porque el simple hecho de reclamar un salario para el trabajo doméstico significa rechazar ese trabajo como expresión de nuestra naturaleza.
Reivindicar el carácter asalariado de ese trabajo es en realidad el primer paso para rechazar tener que hacerlo, puesto que la demanda de salario lo hace visible, y esa concreta visibilidad es la condición indispensable para empezar a rebelarse contra toda esta situación, y ello tanto en su aspecto de trabajo doméstico como en su carácter insidioso como propio de lo femenino.
Mostrando el modo en que el capital nos ha mantenido divididos (el capital ha disciplinado a través de nosotras a los hombres y a nosotras a través de ellos, yendo cada una contra el otro), nosotras –sus muletas, sus esclavas, sus cadenas– abrimos el proceso de su liberación.
En lo que a las mujeres se refiere, su trabajo aparece como un servicio personal externo al capital.
Contraatacando desde la cocina
Cuando afirmamos que el trabajo reproductivo es un momento de la producción capitalista estamos clarificando nuestra función en la división capitalista del trabajo, e igualmente las formas específicas que debe tomar nuestra revuelta. (…) Afirmando que producimos capital, lo que afirmamos es el que podemos y el que queremos destruirlo.
Contraatacando desde la cocina