E. Zola
Las Tullerías ardiendo, a nuestra izquierda. Nada más caer la noche, los communards habían incendiado uno y otro extremo del palacio, los pabellones de Flora y de Marsan. Desde ellos, el fuego fue ganando el Pabellón del Reloj a toda prisa, en el centro de la edificación, en donde se había preparado una mina compuesta de toneles de pólvora, amontonados en la Sala de los Mariscales. En ese momento, a través de las ventanas reventadas de los edificios intermedios, salían torbellinos de humo rojo, atravesados de azules llamaradas. Cedían los techos, recorridos por ardientes grietas, y se iban abriendo como tierra volcánica al empuje del fuego en su interior [...]. De pronto se escuchó un terrible estruendo. Era el momento en que, en las Tullerías, el fuego alcanzó al cuerpo central, a la Sala de los Mariscales. Los toneles de pólvora ardían por efecto del incendio, y el Pabellón del Reloj saltó en pedazos, envuelto en una inmensa polvareda, y una inmensa gavilla, una alta espiga inundó totalmente el negro cielo, como florido ramo de la fiesta
La Débâcle
La verdad, que pretenden mantener enterrada y oculta, bajo tierra se viene condensando, y así cobra tal fuerza de explosión que, el día que estalla, hace saltar por fin todo con ella.
Yo acuso.
Sí, acuso y no ignoro que con ello me expongo a un proceso por delito de difamación. Pero a ello me expongo de buen grado.
El acto que realizo de este modo no es sino un medio revolucionario de acelerar y provocar la explosión de la verdad y la justicia.
Yo acuso y espero.
La verdad está en marcha y nada la detendrá
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