¡Tú eres aquel que, en alianza mutua,
 unidos por un plan, por ideales,
 por idéntico azar y una esperanza,
 a la gloriosa empresa te sumaste
 junto a mí aquella vez! Ahora nos une
 en hado similar el infortunio:
 ya ves desde qué altura y en qué sima
 tan profunda nos hemos sumergido.
 [...]
 Pero no ha de importar; pese a los males
 que me pueda infligir quien me ha vencido,
 yo nunca he de cambiar ni arrepentirme,
 [...]
 sensible a las ofensas y a la injuria
 que a plantar cara a Dios me condujeron,
 llevando tras de mí al atroz combate
 un batallón de Espíritus enorme
 que el reino celestial menospreciaron,
 prefiriéndome a él y combatiendo
 con adverso poder el poder sumo
 en indecisa lid por las llanuras
 del Cielo, hasta mover su regio trono.
 ¿Qué importa fracasar en la batalla?
 No todo se perdió si mantenemos
 esta sed de venganza y este empuje,
 este odio sin fin y esta entereza
 que no se ha de rendir ni someterse.
 ¿Quién puede proclamar que me ha vencido?
 [...]
 La experiencia adquirida, igual armados,
 con mayor precisión y fundamento
 podemos combatir, en guerra eterna,
 a ese gran enemigo, que ahora triunfa
 [...]
 como eterno tirano de los Cielos
							J. Milton
							Paradise Lost, I, vv. 84-124
           
		
          
		
          
              I
 
 Ocurrió en nuestro tiempo.
 
 […]
 
 Sobre las calles, la manifestación
 va allanando todos los obstáculos.
 
 Va afluyendo
 la cola, rumorosa.
 
 Ya está cerca del parque.
 Llega al puente
 Troitski.
 
 Desde el Neva, ocho descargas.
 La novena, cansada.
 
 Gente al trote.
 
 A lo lejos:
 “¡Venganza!”
 
 Corren por las aceras.
 
 Cae la noche
 que la aurora ya no levantará.
 
 Al tronar de descargas,
 desde las barricadas otro trueno.
 
 […]
 
 Obstinada y desnuda, sin sonrojo,
 la ciudad se mostraba toda entera.
 
 
 II
 
 Esos días son como un periódico,
 pueden leerse al azar,
 por cualquier lado.
 
 Tengo catorce años,
 quince dentro de un mes.
 
 [...]
 
 La ciudad sueña.
 
 […]
 
 La bencina prolongó el ocaso,
 y, detrás, se retuerce
 aún el rojo gayo de las llamas.
 
 
 III
 
 En la calle, cuajada,
 saludando despacio a las banderas.
 
 Se apagaban los coros a lo lejos
 y se despeinó la oscuridad.
 
 Mira el sol, a través de sus gemelos.
 Cañoneo y ocaso, todo el día.
 
 […]
 
 Los crujientes montones de la nieve,
 los cadáveres, puestos sobre el suelo
 como si se lanzaran a volar.
 
 Ocurrió en nuestro tiempo.
 
 […]
 
 Esos primeros días de febrero
 me enamoré de la tormenta.
							B. Pasternak
							El año 1905