Los hombres hacen lo que es su propia historia, pero no a su completa voluntad, en circunstancias elegidas libremente; bien al contrario, éstas se las encuentran hechas, terminadas, dadas como herencia del pasado. La tradición de las generaciones muertas carga como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos. Y cuando parecen ocupados en transformarse y cambiar la realidad creando algo totalmente nuevo, a saber, justamente en el momento de una crisis revolucionaria, comienzan a evocar ansiosamente y a llamar al rescate a los manes de sus antepasados, para ir tomando entonces de ellos nombres, atavíos y consignas, representando la nueva pieza histórica con lenguaje prestado y venerablemente travestidos. Así cubrió Lutero sus facciones con la máscara del apóstol Pablo, mientras la Revolución de 1789-1814 se disfrazó de modo alternativo como República romana y como Imperio, y la revolución del 1848 no supo encontrar nada mejor que parodiar en unas ocasiones el 1789, y en otras en cambio la tradición revolucionaria del 1793-1795
K. Marx
El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte