amigo
Compatriotas y amigos […], si hubiera alguno en toda esta asamblea que profesara a César su amistad, a él le digo que el amor de Bruto hacia César no fue menor que el suyo. Y si ese amigo preguntase por qué Bruto se ha alzado contra César, ésta sería mi contestación: ‘No porque amara a César menos, sino porque amaba a Roma más’. ¿Preferiríais que viviera César a cambio de morir todos esclavos a que esté muerto César y vivir libres? Porque me apreciaba, yo lo lloro; por afortunado lo celebro; lo honro como valiente, pero por ambicioso lo maté. Lágrimas hay en mí para su afecto como júbilo para su fortuna, honra sin duda por su valentía, pero muerte frente a su ambición. ¿Quién aquí hay tan abyecto que acepte y quiera ser esclavo? ¡Si hay alguno, que hable! ¡Le he ofendido! […] ¿Quién tan vil que no ame a su patria?
Julio César
Los mismos que, desde hace cuatro años, conspiran bajo el velo del patriotismo, hoy, que los amenaza la justicia, van repitiendo la frase de Vergniaud: ‘La revolución es como Saturno; devorará a todos sus hijos’. Lo repitió, en su proceso, Hébert, como la recitan y repiten los que tiemblan al ser desenmascarados. La Revolución no devorará a sus hijos, sino tan sólo a sus enemigos, sea cual fuere la máscara bajo la que busquen ocultarse. […] La Revolución devorará hasta el último amigo y partidario de la tiranía. No perecerá patriota alguno. […] Los que nos reprochan por severos, ¿preferirían que fuéramos injustos? […] ¡Odiad a los enemigos de la República y estad en paz con vosotros mismos!
Informe sobre la conjura, 31-3-1794
El pueblo francés es el amigo de todos los pueblos, […] y a todos los hombres dará asilo. […] Los extranjeros, como sus costumbres, han de ser igualmente respetados. […] La República protege a quienes hayan sido desterrados de su patria por la causa […] de la libertad […] La República francesa en ningún caso procederá a tomar las armas para sojuzgar a ningún pueblo con el objetivo de oprimirlo. No se firmará ningún tratado cuyo objeto no sea la paz y felicidad de las naciones
Proyecto para la Constitución
¿Permaneceréis lejos del pueblo cuando él es vuestro único amigo?
Informe sobre los encarcelados, 26-2-1794
Parábola de Buda sobre la casa en llamas
Enseñaba Gautama
el saber de la rueda del deseo
donde estamos atados, sugiriendo
borrar toda ansiedad y aspiración
para entrar sin pasiones en la nada
que llamaba Nirvana.
Los discípulos entonces preguntaron:
“¿Cómo es, Maestro, esa Nada?
Porque todos estamos decididos
a abdicar del deseo, cual sugieres.
Mas, para ello, dinos si esa Nada
en la que debemos adentrarnos
equivaldría a la unificación
absoluta con todo lo creado
si, ligeros de cuerpo,
libres de pensamientos, indolentes,
flotamos sobre el agua, al mediodía;
o si, estando sumidos en el sueño,
inconscientes de todo, sin embargo,
nos cubrimos de nuevo con la manta.
Dinos pues si esa Nada es algo alegre,
si es buena o, al contrario, si tu Nada
no será sino nada,
frío y vacío sin significación”.
Calló entonces el Buda mucho rato
hasta, por fin, decir, indiferente:
“Nada que responder a esa pregunta”.
Pero luego, a la noche,
cuando aquellos ya se habían ido,
bajo el árbol del pan sentado, el Buda,
a los que nada habían preguntado,
les expuso por fin esta parábola:
“Vi hace poco una casa. Estaba ardiendo.
Comenzaban las llamas a lamer
ya los techos. Entré. Aún había gente.
Fui de nuevo a la puerta y, desde ella,
los llamé a grandes voces, advirtiendo
que ya ardía el tejado,
que salieran de allí a toda prisa.
Pero no parecían apurarse.
Uno me preguntó, mientras el fuego
comenzaba a chispearle entre las cejas,
cómo se estaba afuera, si llovía,
si quizá no soplaba mucho viento,
si habría otra casa,
y otras muchas cuestiones semejantes.
Sin responderle nada, salí afuera.
Éstos, pensé, arderán,
antes de terminar con sus preguntas.
En verdad os digo, amigos,
que aquél al que el fuego no le queme
como para querer cambiar de sitio
y prefiera quedarse ahí, ardiendo,
a ése nada tengo que decirle
Svendborger Gedichte, 1939
Coro.- “Lo realmente importante es comprender.
Muchos responden: sí,
pero en ellos no existe aceptación,
porque no ha existido entendimiento.
Muchos no han sido nunca consultados.
Muchos están de acuerdo erróneamente,
falsamente. Por ello,
lo realmente importante es comprender”.
El maestro.-“No puedes andar, estás enfermo, de manera que, para seguir hasta la ciudad, a pedir ayuda, y regresar al pueblo con socorros con los que curar nuestra epidemia, vamos a tener que abandonarte. Pero la costumbre nos exige que te preguntemos si lo aceptas, como también exige que tu respuesta sea afirmativa”.
El chico.- “Lo comprendo”.
El maestro.-“¿Pides que volvamos?”
El chico.- “No lo hagáis, no debéis volver”.
El maestro.- “¿Aceptas quedar ahí abandonado?”
El chico.- “Sí, estoy conforme”.
Los compañeros.- “Ha dicho sí”.
[…]
El chico.- “Todavía debo decir algo. No quiero quedarme aquí tirado para morir sólo en la montaña. Me tenéis que arrojar al valle”.
Los compañeros.- “No podemos”.
El chico.- “Lo exijo”.
[…]
Coro.- “Entonces los amigos lo tomaron
y, aun lamentando
los amargos caminos de este mundo
y sus amargas leyes,
arrojaron al chico.
Muy apretados unos junto a otros,
acercándose al borde del barranco
y cerrando los ojos, lo arrojaron.
Así, no hubo ninguno más culpable”
El que dice sí
Coro.- “Lo realmente importante es comprender.
Muchos responden: sí,
pero en ellos no existe aceptación,
porque no ha existido entendimiento.
Muchos no han sido nunca consultados.
Muchos están de acuerdo erróneamente,
falsamente. Por ello,
lo realmente importante es comprender”.
El maestro.- “No puedes andar, estás enfermo, y nosotros debemos continuar. Como sabes, la vieja ley exige que al que enferma en un viaje como éste se le ha de arrojar al precipicio. De ese modo, la muerte es inmediata. Mas la costumbre impone que se le pregunte si lo acepta, como también impone que su respuesta sea afirmativa”.
El chico.- “Lo comprendo”.
El maestro.- “¿Pides que volvamos o te muestras de acuerdo en que te arrojemos al barranco tal como lo exige la costumbre?”
El chico.- “No, no estoy de acuerdo”.
Los compañeros.- “¡Ha dicho no! ¿Cómo es que no aceptas lo que tiene dispuesto la costumbre? Aceptaste antes de partir cuanto resultara de este viaje y dijiste que te conformarías… ¡Quien dijo a debe decir b!”
El chico.- “Mi aceptación fue equivocada, pero la pregunta más aún. ¡Quien dice a no ha de decir b! He salido de viaje para volver con unas medicinas y curar a mi madre que está enferma, pero ahora soy yo el que está enfermo. Vuestro viaje es de estudios y lo podéis hacer más adelante. Y además, si hay algo que aprender, es a valorar exactamente la situación en que nos encontramos. De la vieja costumbre, me parece que es equivocada. Hemos de imponernos una nueva, y además imponerla cuanto antes: la de que a cada nueva situación hay que replantearse lo que hacer”.
Los compañeros.- “Lo que nos dice el chico no es heroico, pero en cambio parece razonable […]. Una antigua costumbre como ésa no nos debe impedir aceptar la verdad de un pensamiento…”.
Coro.- “Entonces los amigos lo tomaron
para fundar ahora un nuevo uso
y promulgar una nueva ley.
Lo llevaron de vuelta, caminando
apretados unos junto a otros,
afrontando las burlas, los escarnios,
con los ojos cerrados, y ninguno
entre ellos era más cobarde”.
El que dice no
Cuando digo utopía pienso en la revolución. La Comuna de París, los primeros años de la Revolución Rusa, eso es la utopía. Ser realista es pedir lo imposible. Baudelaire y Marx tenían los mismos enemigos. ¿O vamos a entender ahora la política como la renovación parcial de las cámaras legislativas o los vaivenes de la interna peronista? En este país hay que hacer la revolución. Sobre esa base se puede empezar a hablar de política. De lo contrario, prefiero conversar sobre la variante de Kaspárov en la formación Schveningen de la defensa siciliana o sobre el empleo del subjuntivo en la prosa de Musil. Me parecen temas mucho más interesantes y provechosos. […] Algunos han perdido las ilusiones, se han vuelto sensatos y conformistas. Corren el riesgo de convertirse en funcionarios del sentido común. Para pensar bien, quiero decir para ser lo contrario de un bien pensante, hay que creer que el mundo se puede cambiar. Hay que estar en un lugar excéntrico, opuesto al orden establecido, fuera de todo. No tengo confianza en nada ni soy un hombre optimista, pero justamente por eso creo que hay que aspirar a la utopía y a la revolución. Un amigo de Brecht solía decir: sólo por amor a los desesperados conservamos todavía la esperanza.
Crítica y ficción