acuerdo
Cuando los dioses hacían de hombres
hacían su tarea, trabajaban:
considerable era su labor,
su trabajo pesado, interminable.
[...]
Tras ponerse de acuerdo unos con otros
los grandes dioses sortearon sus destinos:
Subió Anu al cielo,
Enlil tomó la tierra por dominio,
y el cerrojo que pone dique al mar
le fue entregado a Enki.
[...]
Y los dioses celestes, Anunnaku,
impusieron a los Igigu su tarea.
Y los dioses Igigu excavaban
para abrir los canales que dan vida a la tierra.
Así abrieron los cursos de los ríos.
[...]
Trabajaron así más de cien años,
trabajaron así más de quinientos,
novecientos años trabajaron,
más de mil debieron trabajar.
Tras haber levantado las montañas
calcularon los años de trabajo.
Calcularon los años de trabajo
tras disponer las ciénagas del sur.
Calcularon los años de trabajo
que superaban los dos mil quinientos,
siempre así trabajando, noche y día,
hasta que, agotados del trabajo,
comenzaron unidos a gritar:
“Vamos a por el jefe –se dijeron–,
liberémonos de tan pesada carga.
Al que es soberano de los dioses,
de su casa lo vamos a expulsar.
Arriba, vamos, declarad la guerra,
vamos a la batalla, a combatir”.
Atendieron los dioses la llamada
y quemaron toda la herramienta,
arrojaron al fuego las azadas
lanzaron a la hoguera los capachos,
[...]
y luego por sorpresa, a media noche,
rodearon el palacio del gran dios
Poema de Atrahasis, texto paleobabilónico, vv. 1-72
Cualquiera que se ponga a analizar las constituciones políticas presentes o las que la Historia nos menciona verá que nunca han sido obra de algún acuerdo o reflexión, sino fruto tan sólo del azar o bien de una opresión violenta. Todas se fundan en el derecho del más fuerte
Consideraciones sobre la Revolución francesa
La Ciudad se encuentra dividida formando siete círculos enormes que, a través de cuatro grandes vías, se comunican sucesivamente. […] Son un pueblo oriundo de la India entre el cual había muchos hombres dedicados a filosofar. Huyendo de las tropelías de los tártaros y el abuso de toda clase de tiranos, fueron a parar a aquella ; […] Resolviendo organizar allí su vida la planificaron en común, tal como enseña la filosofía. […] Una de las costumbres principales es la comunidad de las mujeres, como también ocurre con las cosas. Todo es allí de propiedad común […] de manera que todos participan del alimento en forma equitativa, tal como lo hacen con las ciencias, los honores y las diversiones, sin que nadie pueda en ningún caso apropiarse de nada en exclusiva. En su opinión, toda propiedad ha surgido de que cada individuo quiere para él solo una mujer y una familia y una casa, de lo que viene todo el egoísmo […], con lo cual viene cada uno a robarle a la comunidad. […] Les parece de lo más extraño que consideremos como innoble al que practica un arte manual, mientras que creemos que son nobles los que, sin tener ningún oficio y rodeados de enjambres de sirvientes, se abandonan al ocio y la lascivia, con un daño evidente para el bienestar de la república. […] Ahora bien, al que sabe más oficios es al que consideran el más noble […], y además los trabajos fatigosos de entre los trabajos productivos son también los más considerados, por lo que ninguno los rechaza. […] Todos tratan sin duda de quedar primero en el trabajo […], pues a todo aquel que sobresale en la actividad que realiza le conceden el título de rey (uno que se reserva a los mejores, no a los que no saben hacer nada). […] La superioridad, cada seis meses, determina quién ha de dormir habitando en uno u otro círculo y ocupando tal o cual estancia, después de lo cual vuelve a cambiar […], y cada actividad u ocupación – manual o especulativa– es común a los ciudadanos, sin que importe ser de uno u otro sexo. […] Cada círculo tiene sus cocinas y sus grandes despensas colectivas […], comen en grandes mesas, reunidos, […]se afanan todos por servir […] porque nadie cree rebajarse al prestar los servicios necesarios en los comedores y cocinas, o en los almacenes y talleres, […] y cada uno tiene su porción. […]Todos visten de blanco, con un traje determinado por las estaciones. […] La planta baja de los edificios se dedica a graneros y talleres, guardarropas, despensas, comedores y lavanderías comunales; […] allí adentro se ejercen los oficios, mientras que los espacios superiores –todos adornados con pinturas– se reservan a la actividad de carácter especulativo, sobre cuya materia se realizan, en los atrios, los cursos y lecciones. [….] Y así, como todas las tareas, las artísticas como las manuales, se reparten y se hacen entre todos, cada ciudadano no trabaja sino cada día cuatro horas, dedicándose luego todo el resto a perfeccionarse en cuanto hace a los aspectos físico y moral. […] No hay allí esclavitud ni servidumbre […], ni hay avidez alguna de riquezas ni por poseer plata ni oro –que tan sólo se encuentran destinados a fabricar algunos utensilios que también emplean en común– […], porque nadie carece de cuanto le sea necesario –y aun lo que su capricho le sugiera–. […] La posesión de bienes, en efecto, no les despierta la menor codicia, puesto que realmente todo el mundo tiene allí cuanto necesita, más aquello que pueda recibir en calidad de premio o galardón, dado que la república acostumbra hacer ciertos regalos a sus héroes. […] De este modo, la vida colectiva hace a cada uno, al tiempo, rico y pobre: rico porque lo posee todo, pobre porque nada es sólo suyo; pero nadie se afana o se preocupa de servir a las cosas, sino, al contrario, de servirse de ellas. […] Cierto que no ignoran el dinero, acuñando moneda destinada a las actividades exteriores de sus embajadores y emisarios. Pero, al contrario, de los mercaderes que, procedentes de los demás países, han llegado hasta allí, interesados por el exceso de su producción, nunca les piden que les den dinero, sino las diferentes mercancías de las cuales carezca la Ciudad. […] Deliberan, reunidos en Consejo, sobre lo que el pueblo necesita, e invisten a los magistrados designados para cada cargo en la Asamblea General, relevándolos luego, en su momento, por acuerdo del pueblo en su conjunto. […] Tratan muy bien a los extranjeros […], enseñándoles todo aquel Estado para que vean el orden que allí reina (porque están firmemente convencidos de que al final el mundo entero no tendrá otro destino y solución que adoptar aquel modo de vida), y permiten que vayan al Consejo y a sentarse en la mesa colectiva. Y, si quieren unirse a aquel Estado, los someten a prueba y luego adoptan la resolución correspondiente. […] En lo que hace a la procreación, todo el mundo se encuentra sometido a lo que ordenan las autoridades, pues la progenie es considerada como bien público, no particular
La Ciudad del Sol
La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Agamenón.- Conforme.
El No estoy de acuerdo
Juan de Mairena
Coro.- “Lo realmente importante es comprender.
Muchos responden: sí,
pero en ellos no existe aceptación,
porque no ha existido entendimiento.
Muchos no han sido nunca consultados.
Muchos están de acuerdo erróneamente,
falsamente. Por ello,
lo realmente importante es comprender”.
El maestro.-“No puedes andar, estás enfermo, de manera que, para seguir hasta la ciudad, a pedir ayuda, y regresar al pueblo con socorros con los que curar nuestra epidemia, vamos a tener que abandonarte. Pero la costumbre nos exige que te preguntemos si lo aceptas, como también exige que tu respuesta sea afirmativa”.
El chico.- “Lo comprendo”.
El maestro.-“¿Pides que volvamos?”
El chico.- “No lo hagáis, no debéis volver”.
El maestro.- “¿Aceptas quedar ahí abandonado?”
El chico.- “Sí, estoy conforme”.
Los compañeros.- “Ha dicho sí”.
[…]
El chico.- “Todavía debo decir algo. No quiero quedarme aquí tirado para morir sólo en la montaña. Me tenéis que arrojar al valle”.
Los compañeros.- “No podemos”.
El chico.- “Lo exijo”.
[…]
Coro.- “Entonces los amigos lo tomaron
y, aun lamentando
los amargos caminos de este mundo
y sus amargas leyes,
arrojaron al chico.
Muy apretados unos junto a otros,
acercándose al borde del barranco
y cerrando los ojos, lo arrojaron.
Así, no hubo ninguno más culpable”
El que dice sí
Coro.- “Lo realmente importante es comprender.
Muchos responden: sí,
pero en ellos no existe aceptación,
porque no ha existido entendimiento.
Muchos no han sido nunca consultados.
Muchos están de acuerdo erróneamente,
falsamente. Por ello,
lo realmente importante es comprender”.
El maestro.- “No puedes andar, estás enfermo, y nosotros debemos continuar. Como sabes, la vieja ley exige que al que enferma en un viaje como éste se le ha de arrojar al precipicio. De ese modo, la muerte es inmediata. Mas la costumbre impone que se le pregunte si lo acepta, como también impone que su respuesta sea afirmativa”.
El chico.- “Lo comprendo”.
El maestro.- “¿Pides que volvamos o te muestras de acuerdo en que te arrojemos al barranco tal como lo exige la costumbre?”
El chico.- “No, no estoy de acuerdo”.
Los compañeros.- “¡Ha dicho no! ¿Cómo es que no aceptas lo que tiene dispuesto la costumbre? Aceptaste antes de partir cuanto resultara de este viaje y dijiste que te conformarías… ¡Quien dijo a debe decir b!”
El chico.- “Mi aceptación fue equivocada, pero la pregunta más aún. ¡Quien dice a no ha de decir b! He salido de viaje para volver con unas medicinas y curar a mi madre que está enferma, pero ahora soy yo el que está enfermo. Vuestro viaje es de estudios y lo podéis hacer más adelante. Y además, si hay algo que aprender, es a valorar exactamente la situación en que nos encontramos. De la vieja costumbre, me parece que es equivocada. Hemos de imponernos una nueva, y además imponerla cuanto antes: la de que a cada nueva situación hay que replantearse lo que hacer”.
Los compañeros.- “Lo que nos dice el chico no es heroico, pero en cambio parece razonable […]. Una antigua costumbre como ésa no nos debe impedir aceptar la verdad de un pensamiento…”.
Coro.- “Entonces los amigos lo tomaron
para fundar ahora un nuevo uso
y promulgar una nueva ley.
Lo llevaron de vuelta, caminando
apretados unos junto a otros,
afrontando las burlas, los escarnios,
con los ojos cerrados, y ninguno
entre ellos era más cobarde”.
El que dice no