bueno
Eva y Adán
La serpiente […] dijo a la mujer: ‘¿Por qué Dios os ha dicho que no comáis de los árboles del jardín?’ Respondió la mujer a la serpiente: ‘Podemos comer el fruto de sus árboles, mas del fruto del árbol que se encuentra en mitad del jardín nos dijo Dios: ‘No comáis de él, ni lo toquéis, pues moriríais’’. Replicó la serpiente a la mujer: ‘De ninguna manera moriréis. Mas Dios sabe sin duda que el día que comáis de dicho fruto se os abrirán los ojos, conocedores ya del bien y el mal, y seréis como dioses’. Y al ver la mujer que el fruto era bueno de comer, de apetecible aspecto y excelente para lograr la sabiduría, tomó de su fruto y lo comió, y lo dio luego al hombre, a que comiera. Y se abrieron sus ojos ciertamente, y se dieron cuenta de que estaban desnudos
Génesis, 3, 1-7
Creonte.- Dí, ¿sabías que estaba prohibido?
Antígona.- Lo sabía. La cosa estaba clara.
Creonte.- Y, ¿te atreviste a violar las leyes?
Antígona.- No dictó tales leyes la Justicia. [...] Que había de morir ya lo sabía, aunque no me lo hubieras anunciado. [...] Sucumbir a ese lance no me duele.
[...]
Creonte.- Esta insolente ha sabido ir y violar las leyes decretadas. ¡Y aún mayor la insolencia de jactarse! [...] ¿No te avergüenzas de pensar distinto a como lo hacen todos los restantes?
Antígona.- Yo no comparto odio, amor comparto. [...]Si los dioses dan esto por bueno, no reconoceré que haya pecado sino cuando decidan castigarme. [...] Honrar a los hermanos no es vergüenza
Antígona
La justicia es virtud que se diría plebeya y humilde que se arrastra bastante por debajo de los tronos reales, o quizá, mejor dicho, hay dos justicias: una justicia buena para el pueblo, que sobrevive puesto de rodillas y que, estando cargado de cadenas, no puede saltar el muro que lo encierra, y otra, la justicia de los príncipes, que es más noble que la de los plebeyos y más libre en sus movimientos, una para la cual viene a ser lícito simplemente todo cuanto quieran
Utopía
“Voluntad de simultaneidad. Cada uno, a un tiempo, al mismo objeto”. “Alegorías de lo simultáneo. Propagan la buena nueva como el fuego”. “Integrar en la pública la alegría privada”
Informes sobre las fiestas de la Federación, cit. en Mona Ozouf, La Fête révolutionnaire
Se habla una y otra vez de utilidad, de comodidad y de confort, buena comida y buena educación […], de ferrocarriles, de retretes y, naturalmente, de cañones, bombas y otros pertrechos homicidas. ¡PUEBLOS DE EUROPA! ¡CREAD BIENES SAGRADOS! ¡CONSTRUID! […] ¡Nada práctico, nada con ninguna utilidad! Pues, ¿acaso lo útil nos ha hecho felices?
Cartas de la Gläserne Kette, 24 de noviembre de 1919
Será bueno decir algunas cosas. […] Yo diría que el Negro no es un hombre. […] Que el Negro es un hombre negro. […] El que adora a los negros es tan ‘enfermo’ como el que los detesta. Inversamente, el Negro que pretende blanquear su raza es tan desgraciado como aquel que predica en cambio el odio al Blanco. […] El Blanco está encerrado en su blancura. Y el Negro lo está en su negrura. […] El negro, esclavo de su inferioridad; el Blanco, esclavo de su superioridad
Peau noire, masques blancs
Poco importa sin duda si la revolución de un pueblo animoso que hemos visto darse en nuestros días triunfa o fracasa, tal como importa poco si acumula atrocidad y miserias –hasta el punto de que un hombre sensato, que la corregiría en la esperanza de llevarla en la buena dirección, nunca en cambio estaría decidido a intentar la experiencia a dicho precio–; esa revolución, tal como digo, ciertamente encuentra en todo caso en los espíritus de los espectadores (que no hayan entrado en ese juego) una simpatía hacia el intento que casi raya con el entusiasmo, y cuya simple manifestación ya comporta un peligro; dicha simpatía, en consecuencia, no posee otra causa que una disposición moral que es propia del género humano. Causa moral que es […], en primer término, el derecho de un pueblo a no verse impedido por otros poderes a darse una constitución política a su gusto
El conflicto de las facultades
Parábola de Buda sobre la casa en llamas
Enseñaba Gautama
el saber de la rueda del deseo
donde estamos atados, sugiriendo
borrar toda ansiedad y aspiración
para entrar sin pasiones en la nada
que llamaba Nirvana.
Los discípulos entonces preguntaron:
“¿Cómo es, Maestro, esa Nada?
Porque todos estamos decididos
a abdicar del deseo, cual sugieres.
Mas, para ello, dinos si esa Nada
en la que debemos adentrarnos
equivaldría a la unificación
absoluta con todo lo creado
si, ligeros de cuerpo,
libres de pensamientos, indolentes,
flotamos sobre el agua, al mediodía;
o si, estando sumidos en el sueño,
inconscientes de todo, sin embargo,
nos cubrimos de nuevo con la manta.
Dinos pues si esa Nada es algo alegre,
si es buena o, al contrario, si tu Nada
no será sino nada,
frío y vacío sin significación”.
Calló entonces el Buda mucho rato
hasta, por fin, decir, indiferente:
“Nada que responder a esa pregunta”.
Pero luego, a la noche,
cuando aquellos ya se habían ido,
bajo el árbol del pan sentado, el Buda,
a los que nada habían preguntado,
les expuso por fin esta parábola:
“Vi hace poco una casa. Estaba ardiendo.
Comenzaban las llamas a lamer
ya los techos. Entré. Aún había gente.
Fui de nuevo a la puerta y, desde ella,
los llamé a grandes voces, advirtiendo
que ya ardía el tejado,
que salieran de allí a toda prisa.
Pero no parecían apurarse.
Uno me preguntó, mientras el fuego
comenzaba a chispearle entre las cejas,
cómo se estaba afuera, si llovía,
si quizá no soplaba mucho viento,
si habría otra casa,
y otras muchas cuestiones semejantes.
Sin responderle nada, salí afuera.
Éstos, pensé, arderán,
antes de terminar con sus preguntas.
En verdad os digo, amigos,
que aquél al que el fuego no le queme
como para querer cambiar de sitio
y prefiera quedarse ahí, ardiendo,
a ése nada tengo que decirle
Svendborger Gedichte, 1939