saber
“Muros, anillos e inmovilidad. Durante dos mil años la humanidad creyó que el Sol y todos los astros del cielo daban vueltas a su alrededor. El Papa, los cardenales, los príncipes, los eruditos, capitanes, comerciantes, pescaderas y escolares creyeron estar inmóviles, sentados dentro de esa bola de cristal. Pero nosotros iniciamos nuestro viaje y tomamos el largo. El tiempo viejo ha pasado, ésta es una nueva era […]. Tal como son estrechas las ciudades, son también muy estrechas las cabezas. Reinan la peste y las supersticiones. Cierto, pero eso significa que aunque la cosa sea así no tendrá por qué seguirlo siendo. Porque todo se mueve. […] Lo de los viejos libros ya no basta. Donde la fe imperó más de mil años, hoy se asienta la duda […] Una fresca corriente, un fresco viento, hoy levanta las doradas faldas y ropajes de nobles y prelados, tras dejarnos sus muslos a la vista: piernas gordas y grasas, piernas flacas, pero piernas que son como las nuestras. Pero ahora el cielo está vacío […]. El Universo ya no tiene centro dado que ahora los tiene por millares, pues cada uno y ninguno de nosotros pueden ser contemplados como centro”. […] “No sabemos bastante todavía. En realidad, aún estamos al principio”
Galileo Galilei
Eva y Adán
La serpiente […] dijo a la mujer: ‘¿Por qué Dios os ha dicho que no comáis de los árboles del jardín?’ Respondió la mujer a la serpiente: ‘Podemos comer el fruto de sus árboles, mas del fruto del árbol que se encuentra en mitad del jardín nos dijo Dios: ‘No comáis de él, ni lo toquéis, pues moriríais’’. Replicó la serpiente a la mujer: ‘De ninguna manera moriréis. Mas Dios sabe sin duda que el día que comáis de dicho fruto se os abrirán los ojos, conocedores ya del bien y el mal, y seréis como dioses’. Y al ver la mujer que el fruto era bueno de comer, de apetecible aspecto y excelente para lograr la sabiduría, tomó de su fruto y lo comió, y lo dio luego al hombre, a que comiera. Y se abrieron sus ojos ciertamente, y se dieron cuenta de que estaban desnudos
Génesis, 3, 1-7
En el patio donde hago mis paseos entran a veces carros del ejército bien cargados de sacos o de viejas ropas militares –muchas veces aún ensangrentadas–, para ser descargados dentro de él […]. Hace poco llegó uno de esos carros que arrastraba no un tiro de caballos, sino un par de búfalos […] rumanos, capturados allí como botín […]. Acostumbrados a la libertad, dicen que es muy difícil capturarlos y después someterlos al trabajo. Así que los azotan cruelmente. Ya se sabe, ¡ay de los vencidos! Debe haber en Breslau un centenar robados a sus fértiles praderas y ahora obligados a comer sólo un pienso pesado y miserable, mientras se les somete sin piedad a un desmedido esfuerzo. Suelen venirse abajo a toda prisa… Hace unos días llegó uno de esos carros tan repleto de sacos que la carga subía hasta lo alto, y los animales no lograban rebasar el portón. El soldado que los dirigía, que era un tipo brutal, comenzó entonces a darles con las puntas de su látigo, tanto que, indignado, el vigilante le llegó a preguntar si no sentía compasión por aquellas pobres bestias. “¡Tampoco la sentimos por los hombres!”, le contestó riendo el carretero, y comenzó a arrearles aún más fuerte… Al tirar los búfalos entonces consiguieron pasar por el umbral, que es muy empinado, pero ¡cómo sangraba uno de ellos! Sonia, la piel de búfalo es famosa por su espesor y delicadeza, pero el bruto lo había desollado. Los animales estaban agotados; mientras que los hombres descargaban, el herido miraba fijamente y la expresión de su negro rostro y los ojos dulcísimos y negros eran como los de un niño que llora. Exactamente la expresión de un niño que ha sido castigado duramente y no sabe porqué ni para qué le aplican esa bárbara violencia […]. Y yo estaba ante él, y me miraba […]. ¡Pobre búfalo, pobre, amado hermano! Aquí estamos los dos, tan impotentes, unidos en el dolor y la nostalgia. Continuaron los presos descargando […] y el soldado se puso a pasear, tranquilo, con la mano en el bolsillo. Y la guerra, entera y verdadera, iba pasando, altiva, frente a mí
Prisión de Wronke, mediados de diciembre de 1917
No monumentos. […] Mazmorras. Un interior de piedra que carece de afuera. Muros impenetrables, mas ni rejas ni fosos. Y el mundo, una jaula, una Bastilla. Y aunque hay luz en esos calabozos –y es difícil decir de dónde viene–, parece que surgiera de la tierra, quizá de unas almenas muy lejanas. Hay guardianes, pequeños como insectos, para vigilar a los cautivos. […] Pero quiénes son éstos y por qué los han encarcelado, eso no lo sabemos […]. El siglo piensa la liberación mientras fantasea las prisiones
�??Gian Battista Piranesi�?�, en Mausoleum
La gran Revolución francesa comenzó con la triunfal proclamación de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano; pero ese derecho, –proclamado para toda la humanidad– no era realmente sino sólo un derecho de clase para aquello que era el ciudadano como código de la burguesía (a saber, el Código Civil). Ese Código de Napoleón, formulación en abreviatura de la naturaleza, real e histórica, de la gran Revolución francesa, revolución burguesa como tal. Proclamado derecho natural como el del ciudadano –el propietario–, como derecho innato estrictamente”. “La burguesía se representa la revolución burguesa, más o menos, como ‘un señor de traje oscuro’ que, bajo el nombre de ‘revolución’, realiza un ‘milagro’ al poner en práctica los principios del derecho natural y al derribar, al mismo tiempo, a los odiados señores feudales, instaurando así la libertad y la garantía de la libertad de la propiedad privada. Si además se producen algunas tensiones, es decir, los calificados como “males de la revolución”, “el terror” y las ejecuciones –unas que ni siquiera se detienen ante la sagrada persona del rey–, constituyen casos desgraciados que habrá que olvidar a toda prisa o, incluso, negarlos, borrarlos del todo de los libros de historia–
La función revolucionaria del Derecho y el Estado
No se trata de hacer ningún proceso, dado que ni Luis es acusado ni vosotros tampoco sois jueces, sino hombres políticos, representantes, sí, de la nación. No debéis pronunciar una sentencia a favor o en contra de hombre alguno, sino adoptar una medida necesaria a la salud pública, ejecutando un acto de entera providencia nacional […]. No, Luis no puede ser juzgado; está ya condenado o, de otro modo, no estaría fundada la república. Realizar el proceso de Luis significa volver al despotismo, sea monárquico o constitucional; es una idea contrarevolucionaria, dado que cuestiona y pone en duda la revolución en cuanto tal […]. Pues los pueblos no juzgan a la manera de los tribunales, no promulgan sentencias; realmente fulminan, no condenan al rey, a saber, lo hunden en la nada, y esta justicia es superior a la del tribunal
Discurso a la Convención
Nadie habrá de tener hacienda propia, ni ninguna vivienda ni almacén donde no pueda entrar quien lo desee […] y han de vivir reunidos, […] teniendo las comidas en común […], no debiendo mezclar la condición natural y áurea de sus almas con la posesión de oro mortal. […] Así ha de quedar configurada la felicidad [de la Ciudad], no para unos pocos separados, sino para todos justamente. Los guardianes han de vigilar que en la Ciudad nunca se deslicen inadvertidamente un par de cosas, a saber, la riqueza y la pobreza […], pues en efecto las demás ciudades no son una, sino al menos dos, y además enemigas mutuamente: la de los ricos y la de los pobres y, a su vez, otras muchas dentro de ellas […], pues lo que desgarra una ciudad y el mayor de sus males se produce cuando mío y no mío no coinciden con el conjunto de quienes la habitan. Si ninguno fuere poseedor de ninguna otra cosa que su cuerpo, siendo común cualquier otra cosa, no se dará disputa en la Ciudad por la familia ni por las riquezas. El matrimonio y la procreación han de ser además cosa común, amistosamente compartida, […] siendo a cada uno de los hombres todas las mujeres en común, sin cohabitar separadamente; con lo que tendrán hijos comunes y ningún padre conocerá a su hijo ni ningún hijo conocerá a su padre. […] Siendo a todos comunes las viviendas y en ellas las comidas en común, nadie habrá de tener nada privado […]. Y habrá que instruir a las mujeres en las mismas artes que los hombres, para que ellas estén en situación de poder hacer todo, como ellos. […], ejerciendo trabajos semejantes según la disposición de cada uno. No se da diferencia en que ya exista o que llegue a existir esta Ciudad, pues el que esté dotado de razón sólo en una con esas condiciones se dispondrá a actuar en ella
La República
La Ciudad se encuentra dividida formando siete círculos enormes que, a través de cuatro grandes vías, se comunican sucesivamente. […] Son un pueblo oriundo de la India entre el cual había muchos hombres dedicados a filosofar. Huyendo de las tropelías de los tártaros y el abuso de toda clase de tiranos, fueron a parar a aquella ; […] Resolviendo organizar allí su vida la planificaron en común, tal como enseña la filosofía. […] Una de las costumbres principales es la comunidad de las mujeres, como también ocurre con las cosas. Todo es allí de propiedad común […] de manera que todos participan del alimento en forma equitativa, tal como lo hacen con las ciencias, los honores y las diversiones, sin que nadie pueda en ningún caso apropiarse de nada en exclusiva. En su opinión, toda propiedad ha surgido de que cada individuo quiere para él solo una mujer y una familia y una casa, de lo que viene todo el egoísmo […], con lo cual viene cada uno a robarle a la comunidad. […] Les parece de lo más extraño que consideremos como innoble al que practica un arte manual, mientras que creemos que son nobles los que, sin tener ningún oficio y rodeados de enjambres de sirvientes, se abandonan al ocio y la lascivia, con un daño evidente para el bienestar de la república. […] Ahora bien, al que sabe más oficios es al que consideran el más noble […], y además los trabajos fatigosos de entre los trabajos productivos son también los más considerados, por lo que ninguno los rechaza. […] Todos tratan sin duda de quedar primero en el trabajo […], pues a todo aquel que sobresale en la actividad que realiza le conceden el título de rey (uno que se reserva a los mejores, no a los que no saben hacer nada). […] La superioridad, cada seis meses, determina quién ha de dormir habitando en uno u otro círculo y ocupando tal o cual estancia, después de lo cual vuelve a cambiar […], y cada actividad u ocupación – manual o especulativa– es común a los ciudadanos, sin que importe ser de uno u otro sexo. […] Cada círculo tiene sus cocinas y sus grandes despensas colectivas […], comen en grandes mesas, reunidos, […]se afanan todos por servir […] porque nadie cree rebajarse al prestar los servicios necesarios en los comedores y cocinas, o en los almacenes y talleres, […] y cada uno tiene su porción. […]Todos visten de blanco, con un traje determinado por las estaciones. […] La planta baja de los edificios se dedica a graneros y talleres, guardarropas, despensas, comedores y lavanderías comunales; […] allí adentro se ejercen los oficios, mientras que los espacios superiores –todos adornados con pinturas– se reservan a la actividad de carácter especulativo, sobre cuya materia se realizan, en los atrios, los cursos y lecciones. [….] Y así, como todas las tareas, las artísticas como las manuales, se reparten y se hacen entre todos, cada ciudadano no trabaja sino cada día cuatro horas, dedicándose luego todo el resto a perfeccionarse en cuanto hace a los aspectos físico y moral. […] No hay allí esclavitud ni servidumbre […], ni hay avidez alguna de riquezas ni por poseer plata ni oro –que tan sólo se encuentran destinados a fabricar algunos utensilios que también emplean en común– […], porque nadie carece de cuanto le sea necesario –y aun lo que su capricho le sugiera–. […] La posesión de bienes, en efecto, no les despierta la menor codicia, puesto que realmente todo el mundo tiene allí cuanto necesita, más aquello que pueda recibir en calidad de premio o galardón, dado que la república acostumbra hacer ciertos regalos a sus héroes. […] De este modo, la vida colectiva hace a cada uno, al tiempo, rico y pobre: rico porque lo posee todo, pobre porque nada es sólo suyo; pero nadie se afana o se preocupa de servir a las cosas, sino, al contrario, de servirse de ellas. […] Cierto que no ignoran el dinero, acuñando moneda destinada a las actividades exteriores de sus embajadores y emisarios. Pero, al contrario, de los mercaderes que, procedentes de los demás países, han llegado hasta allí, interesados por el exceso de su producción, nunca les piden que les den dinero, sino las diferentes mercancías de las cuales carezca la Ciudad. […] Deliberan, reunidos en Consejo, sobre lo que el pueblo necesita, e invisten a los magistrados designados para cada cargo en la Asamblea General, relevándolos luego, en su momento, por acuerdo del pueblo en su conjunto. […] Tratan muy bien a los extranjeros […], enseñándoles todo aquel Estado para que vean el orden que allí reina (porque están firmemente convencidos de que al final el mundo entero no tendrá otro destino y solución que adoptar aquel modo de vida), y permiten que vayan al Consejo y a sentarse en la mesa colectiva. Y, si quieren unirse a aquel Estado, los someten a prueba y luego adoptan la resolución correspondiente. […] En lo que hace a la procreación, todo el mundo se encuentra sometido a lo que ordenan las autoridades, pues la progenie es considerada como bien público, no particular
La Ciudad del Sol
Jean.- “No sabemos nada.”
Geneviève.- “Aprendemos.”
Jean.- “Y, ¿de qué servirá cuando nos encontremos bajo tierra?”
Geneviève.- “Servirá, no lo dudes.”
Jean.- “¿De qué nos servirá ese saber a ti y a mí cuando hayamos muerto?”
Geneviève.- “No hablo de ti y de mí, hablo de nosotros. Porque nosotros es más que tú y yo.”
Los días de la Comuna
Parábola de Buda sobre la casa en llamas
Enseñaba Gautama
el saber de la rueda del deseo
donde estamos atados, sugiriendo
borrar toda ansiedad y aspiración
para entrar sin pasiones en la nada
que llamaba Nirvana.
Los discípulos entonces preguntaron:
“¿Cómo es, Maestro, esa Nada?
Porque todos estamos decididos
a abdicar del deseo, cual sugieres.
Mas, para ello, dinos si esa Nada
en la que debemos adentrarnos
equivaldría a la unificación
absoluta con todo lo creado
si, ligeros de cuerpo,
libres de pensamientos, indolentes,
flotamos sobre el agua, al mediodía;
o si, estando sumidos en el sueño,
inconscientes de todo, sin embargo,
nos cubrimos de nuevo con la manta.
Dinos pues si esa Nada es algo alegre,
si es buena o, al contrario, si tu Nada
no será sino nada,
frío y vacío sin significación”.
Calló entonces el Buda mucho rato
hasta, por fin, decir, indiferente:
“Nada que responder a esa pregunta”.
Pero luego, a la noche,
cuando aquellos ya se habían ido,
bajo el árbol del pan sentado, el Buda,
a los que nada habían preguntado,
les expuso por fin esta parábola:
“Vi hace poco una casa. Estaba ardiendo.
Comenzaban las llamas a lamer
ya los techos. Entré. Aún había gente.
Fui de nuevo a la puerta y, desde ella,
los llamé a grandes voces, advirtiendo
que ya ardía el tejado,
que salieran de allí a toda prisa.
Pero no parecían apurarse.
Uno me preguntó, mientras el fuego
comenzaba a chispearle entre las cejas,
cómo se estaba afuera, si llovía,
si quizá no soplaba mucho viento,
si habría otra casa,
y otras muchas cuestiones semejantes.
Sin responderle nada, salí afuera.
Éstos, pensé, arderán,
antes de terminar con sus preguntas.
En verdad os digo, amigos,
que aquél al que el fuego no le queme
como para querer cambiar de sitio
y prefiera quedarse ahí, ardiendo,
a ése nada tengo que decirle
Svendborger Gedichte, 1939
¿Sabe, general […], cómo se hizo la revolución del 18 de marzo? La han realizado las mujeres. […] ¿Creen poder hacer la revolución sin las mujeres? Hace ochenta años que se intenta y no se consigue. La primera revolución les concedió el título de ciudadanas, pero no los derechos. Las dejó excluidas de la libertad y la igualdad
“La révolution sans la femme,” La Sociale, 8 de mayo de 1871