Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
[…]
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra, juntad todos
los silenciosos labios derramados
y, desde el fondo, habladme toda esta larga noche
como si yo estuviera con vosotros.
Contad, contadme todo,
contádmelo cadena por cadena,
eslabón a eslabón y paso a paso.
Afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano
como un río de rayos amarillos,
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar, horas, días, años,
edades ciegas, siglos estelares.
Dadme el silencio, el agua, la esperanza.
Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.
Apegadme los cuerpos como imanes.
Acudid a mis venas y a mi boca.
Hablad por mis palabras y mi sangre
P. Neruda
Canto General, �??Alturas de Macchu Picchu�?�
Investiga las diferencias existentes entre los movimientos y los choques de las aguas más turbias y las claras, de las corrientes más arrebatadas o, al contrario, de las más calmosas, de las crecidas y de los estiajes, entre la rabia de las inundaciones y las corrientes más superficiales, entre el empuje de las torrenteras frente a la cólera de los anchos ríos. [...] Y, después, transcribe los distintos tipos de los choques: en la superficie, en el medio y en el fondo; y después las distintas clases de inclinaciones y de resistencias, y aún después sus distintas formas. [...] Investiga la naturaleza de la repentina crecida y furia de los ríos, de la hinchazón creciente de las aguas
L. da Vinci
El libro del agua
Inclinado a orillas de un arroyo se levanta un sauce que refleja su follaje plateado sobre las claras ondas de las aguas. Allí fue, adornada con caprichosas guirnaldas de ranúnculos, ortigas, velloritas y esas flores purpúreas de alto tallo que nuestros pastores licenciosos nombran en un modo harto grosero y las castas doncellas llaman en cambio ‘dedos de los muertos’. Ofelia trepó allí, por el ramaje, a colgar su corona, hecha de flor y hierba de los campos, cuando se quebró una torpe rama y, con sus trofeos vegetales, vino a caer en el gimiente arroyo. Se extendieron sus ropas, rodeándola, sosteniéndola a flote, como una nereida, un breve espacio. Y ella, mientras, cantaba, aún inconsciente de su propia desgracia, cual si la Natura la dotase para habitar allí en su elemento. Mas no podía prolongarse mucho, pues, al fin, los vestidos, cargados con el peso de las aguas que habían ido absorbiendo poco a poco, arrastraron al fondo a la infeliz, entregada aún al dulce canto, para morir ahogada en la corriente
W. Shakespeare
Hamlet