¡Tú eres aquel que, en alianza mutua,
unidos por un plan, por ideales,
por idéntico azar y una esperanza,
a la gloriosa empresa te sumaste
junto a mí aquella vez! Ahora nos une
en hado similar el infortunio:
ya ves desde qué altura y en qué sima
tan profunda nos hemos sumergido.
[...]
Pero no ha de importar; pese a los males
que me pueda infligir quien me ha vencido,
yo nunca he de cambiar ni arrepentirme,
[...]
sensible a las ofensas y a la injuria
que a plantar cara a Dios me condujeron,
llevando tras de mí al atroz combate
un batallón de Espíritus enorme
que el reino celestial menospreciaron,
prefiriéndome a él y combatiendo
con adverso poder el poder sumo
en indecisa lid por las llanuras
del Cielo, hasta mover su regio trono.
¿Qué importa fracasar en la batalla?
No todo se perdió si mantenemos
esta sed de venganza y este empuje,
este odio sin fin y esta entereza
que no se ha de rendir ni someterse.
¿Quién puede proclamar que me ha vencido?
[...]
La experiencia adquirida, igual armados,
con mayor precisión y fundamento
podemos combatir, en guerra eterna,
a ese gran enemigo, que ahora triunfa
[...]
como eterno tirano de los Cielos
J. Milton
Paradise Lost, I, vv. 84-124
“Kohlhaas, que crees ser el adalid enviado para mantener la espada de la justicia entre tus manos, ¿qué es lo que estás haciendo, criminal, en la loca pasión de tu ceguera?, ¡tú, injusticia hecha carne desde el pelo a las suelas de las botas! Como el señor al que debes obediencia te ha negado el que crees tu derecho –uno que no es sino el combate por una insignificante propiedad–, te levantas, impío, a sangre y fuego, e irrumpes, como el lobo del desierto, en la paz de ese pueblo que él protege. […] Pero, ¿cómo te atreves a decir que te han negado tu derecho, tú, cuyo pecho impío, arrebatado de odio y de venganza, de inmediato, al primer revés quisiste por ti mismo hacer justicia? […] Pues, ¿qué saben de ti tus superiores, si el señor contra el que te alzas no conoce tu nombre tan siquiera? […] Mira que la espada que levantas es la espada del crimen y del robo; no eres otra cosa que un rebelde, no un guerrero y campeón de Dios. Mira que tu destino en esta tierra es la rueda y la horca, y más allá la condenación”
Dado en Wittenberg, Martín Lutero.
[Kohlhaas va al encuentro de Lutero]
“El combate contra lo que fue mi comunidad, contra mi estado, sólo sería un crimen si no me hubieran expulsado de él”. “¿Expulsado?”, exclamó Lutero. “¡Qué inmenso delirio en lo que dices! ¿Quién te expulsó del estado en el que vivías? “. “Llamo expulsado –le respondió Kohlhaas– a aquel a quien le han negado el amparo efectivo de las leyes. Quien me niega esa protección –como a todos aquellos que me siguen– me expulsa al desierto y me pone la maza entre las manos!”
H. von Kleist
Michael Kohlhaas
I
Ocurrió en nuestro tiempo.
[…]
Sobre las calles, la manifestación
va allanando todos los obstáculos.
Va afluyendo
la cola, rumorosa.
Ya está cerca del parque.
Llega al puente
Troitski.
Desde el Neva, ocho descargas.
La novena, cansada.
Gente al trote.
A lo lejos:
“¡Venganza!”
Corren por las aceras.
Cae la noche
que la aurora ya no levantará.
Al tronar de descargas,
desde las barricadas otro trueno.
[…]
Obstinada y desnuda, sin sonrojo,
la ciudad se mostraba toda entera.
II
Esos días son como un periódico,
pueden leerse al azar,
por cualquier lado.
Tengo catorce años,
quince dentro de un mes.
[...]
La ciudad sueña.
[…]
La bencina prolongó el ocaso,
y, detrás, se retuerce
aún el rojo gayo de las llamas.
III
En la calle, cuajada,
saludando despacio a las banderas.
Se apagaban los coros a lo lejos
y se despeinó la oscuridad.
Mira el sol, a través de sus gemelos.
Cañoneo y ocaso, todo el día.
[…]
Los crujientes montones de la nieve,
los cadáveres, puestos sobre el suelo
como si se lanzaran a volar.
Ocurrió en nuestro tiempo.
[…]
Esos primeros días de febrero
me enamoré de la tormenta.
B. Pasternak
El año 1905